Los orígenes del caballo de Pura Raza Española se remontan a
los tiempos terciarios, desde cuya época la Península Ibérica
había sido un crisol paleoetnológico, transformador y creador
de especies y razas equinas, favorecido por la abundante vegetación herbácea
del momento, aún caliente y húmeda.
Sigue habiendo discrepancias entre los más ilustres investigadores,
como Koenigswld (1920), Frechkop (1964), Otto Abel (1928), Nobis (1974), R.
Castejón (1952), Madariaga (1975), Skorlowski (1974), Adametz y Kronacher
(1737), cuando se trata de compartir las ideas de los distintos paleontólogos
en cuanto a orígenes y emigraciones, aunque la mayoría es consciente
de la emigración desde América a Asia, a través del actual
estrecho de Bering, difundiéndose por Asia y Europa. También existen
desacuerdos a la hora de definir los distintos géneros de la familia
Equidae. No obstante, existe unidad de criterios al considerar el origen del
caballo español, que la mayoría de los autores citados denomina
«caballo andaluz», en el caballo del noreste de Siberia, subespecie
del Equus Mosbachensis, precursor del caballo Przewalski, caballo salvaje de
Mongolia, denominado así por Poljakow en 1981 en honor a la aportación
realizada por el explorador ruso Nikolai Michailowitseh Przewalski (1839-1888),
quien trajo de Asia en 1878 una piel y un cráneo de aquel caballo salvaje,
también denominado Equus Ferus Pallas, del que existen en la actualidad
unos 300 animales, todos controlados en un centro de investigación desde
hace once generaciones (1890), y según los estudios de Bouman y Hensdisk,
extinguidos actualmente en vida salvaje. Sobre ellos se han realizado abundantes
trabajos de investigación genética y bioquímica, así
como de craneometría, dentición, etc...
En una casa romana (en la Villa de la Palma) correspondiente al siglo II A.C.,
entre Monforte y Piamonte, arqueólogos portugueses encontraron en sus
pavimentos de mosaicos, entre otros motivos, cinco caballos con los nombres
de Corruptor, Impetuoso, Seductor, Andaluz y Marinero. En los dos primeros,
marcados a fuego, se observa una palma sobre el anca izquierda. Son caballos
de perfil subconvexo, eumétricos, de cuello erguido, dorso corto, grupa
en pupitre y nacimiento de la cola bajo; lo que quiere decir que eran caballos
andaluces. Para don R. Castejón, en la era cuaternaria aparece formado
el mapa hípico de la Península hispánica, con los tres
grandes troncos étnicos que todavía hoy la caracterizan: los poneys
cantábricos (jacas gallegas, poneys vascos y navarros); los caballos
de la meseta castellana, de perfil recto y que recuerdan al Equus Ferus Gmelini,
caballo salvaje de Europa oriental y central, especialmente abundante en el
sur de Rusia, denominado Tarpán por Simón Pallas, al que se le
admite una antigüedad de diez mil años -según determinaciones
con radio carbono- y se considera precursor de la raza árabe; y el caballo
andaluz, tipo berberisco, cuya relación filogenética lo conecta
con el Equus Przewalski o caballo mongólico. En estos tres grandes troncos
(poneys cantábricos, caballos de la meseta castellana y caballo andaluz)
dejaron influencia las emigraciones de diferentes pueblos a la Península,
que traían sus caballos domésticos: íberos, celtas, cartagineses,
romanos, árabes, etc. Pero esta influencia no fue tan grande ni tan intensa
como para cambiar los tipos étnicos ya definidos.
Por consiguiente, la Raza Andaluza de tiempos históricos, mejorada
y transformada a través de los siglos, según modas, necesidades,
invasiones guerreras o planes zootécnicos de mejora, es el substratum
de la actual Raza Española, que conserva muchos de los caracteres de
aquélla.
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